La recolección de la planta textil de «dajudie” (𝘉𝘳𝘰𝘮𝘦𝘭𝘪𝘢 𝘩𝘪𝘦𝘳𝘰𝘯𝘺𝘮𝘪), como es conocida en ayoreo, constituye una práctica intergeneracional propia de las mujeres del pueblo ayoreo del Chaco Paraguayo. Es el momento en donde ellas pueden explorar su propio territorio, revestido de una sensibilidad excepcional, diferente al mundo de los hombres. Las mujeres estrechan lazos consigo mismas, con otras mujeres de sus familias y comunidades y, por supuesto, con su propio territorio.
Pese a la vorágine de un territorio cada vez más fragmentado, ellas continúan reconociendo las huellas de sus ancestras, de sus diferentes parientes del bosque, de los numerosos seres vivos, animales y plantas, que son Eami. Aunque el suelo sea arcilloso, abunde en espinas y obstáculos, ellas saben que este es su territorio, a pesar de las vallas y alambrados de los blancos. Ancianas, adultas, jóvenes y niñas resisten el clima chaqueño cada vez más adverso, las púas, las largas caminatas, el peso de las cargas, el extenuante esfuerzo. “Este es nuestro trabajo”, sonríen mientras explican.
Es fácil caerse o herirse si no se tiene suficiente práctica. Las más ancianas recorren estos obstáculos con pasos ligeros que permiten vislumbrar una vitalidad que aún no se apaga. Quienes no conocen esos caminos que solo ellas pueden ver corren el riesgo de extraviarse. Ese mapa, invisible para nosotros desde el mundo blanco, es revelado por estas ancianas a las más jóvenes. Las niñas y adolescentes inician así, de la mano de sus madres y abuelas, el camino del tejido, una manera de expresión propia que les permite preservar su cultura en medio del avance del despojo al que son sometidas por la sociedad envolvente.
Las grandes obras de infraestructura, que prometen hacer del Chaco Paraguayo un “centro logístico” para Sudamérica, por medio de la Ruta Bioceánica y su Puente que atraviesan el territorio ayoreo, infligen heridas en Eami que aún no son dimensionadas del todo. Es como un sismo que modifica todo a su paso, que vuelve extraño lo familiar. La sociedad blanca no entiende a qué se aferran las mujeres ayoreo, prefiere alimentar la voracidad por sus territorios. Esta enajenación y pérdida desconciertan, empujan a las mujeres a caminar distancias cada vez más remotas, exponiéndolas a mayores peligros. Pero ellas no se resignan a abandonar nada menos que su identidad. Si no pueden recolectar, no podrán tejer sus vínculos familiares ni sociales.
El trabajo que ellas realizan consiste en transformar los regalos de Eami que emanan del suelo chaqueño. Es la memoria de su pueblo materializada en diferentes tejidos, que cuentan historias propias de su pueblo, recuerdos de la vida en el monte. Pero no solo es el pasado lo relatado en sus tejidos, ellas vislumbran los caminos del presente, expresan cómo se está transformando su mundo. El Chaco Paraguayo, uno de los territorios de más rápida deforestación del planeta, está cambiando de forma violenta, y ellas narran este suceso, que impacta directamente en sus vidas.
Recolectar para tejer es la manera más potente que encuentran de resistir a estas fuerzas contrarias que desvalorizan su cultura, territorio y forma de vida. El mundo blanco es incomprensible, por eso lo denominan cojñone (gente sin pensamiento correcto). Es un mundo que las devora cada vez más, que las ha confinado en pequeños asentamientos precarios que conforman solo un 2 % de lo que era su territorio previo al contacto forzoso producido en la década del 60.
El pueblo ayoreo del Chaco Paraguayo constituye el último pueblo indígena en haber sido contactado en Paraguay. Apenas en el 2004 tuvo lugar el último caso de contacto de un grupo local ayoreo cuya vida fue trastocada radicalmente en este agresivo proceso de colonización que continúa aún vigente en nuestro siglo. Todavía hay grupos de ayoreos viviendo en aislamiento voluntario, transitando esos caminos invisibles que ellas conservan en su memoria. Estos aislados son los últimos que quedan en el Gran Chaco, y son los últimos del continente americano, fuera de la Amazonía.
Las más ancianas recuerdan la vida de antes, cuando ellas vivían en el monte sin contacto permanente con los cojñone. Ellas también recolectaban y tejían, tal como lo siguen haciendo sus parientes en aislamiento voluntario. Esta práctica es la que las sostiene, y, a pesar de la sedentarización a la que han sido forzadas como parte de un pueblo cazador-recolector, es así cómo ellas siguen desplazándose en sus territorios, quizá recuperando esa libertad que aún logran conservar sus pares en aislamiento voluntario.